domingo, 11 de abril de 2010

Mario Jorge De Lellis



Canto a los hombres del papel sellado

Uno los ve fundamentales, tristes,
palideciendo al puro contacto con las rosas
con larga urbanidad prolijamente seca,
ojo de gancho duro, talonarios,
y aroma de calas siguiéndoles las muertes,
y un impecable estar adentro de la ley
como al fondo de un sótano marino.

Uno los ve con cosbatas y gominas,
electores correctos,
fanatizados cuerpos bajos el saco,
inmóviles, de negro, cerrando abriendo puertas,
decreciendo en constante pulso inútil.

Uno los ve al margen de las cosas vivas,
hazmerreíres serios,
impermeabilizados.

Uno quisiera alzarlos hasta las lentas noches
donde duele la acacia y las lunas varían
de acuerdo al pensamiento;
uno quisiera alzarlos hasta el salado sitio de los mares
donde navega en busca de occidentes
el leve calamar o la gaviota;
uno quisiera despertarlos, acaudillarlos,
llevarlos al jilguero, a la harina,
al quiróptero hundido entre las sombras
de las malditas casas,
a la dulce majada renovada en el muy blanco sur,
al taller con muchachas que se asoman al día
sonriendo sus cansancios,
al gangoso impedido en una esquina,
al tañido violín, a la metáfora,
al viento y al cereal y al perejil
y a las más altas cumbres y a la niebla.

Uno quisiera incluso concederles un poco de horizonte,
un dorso de sus días, un quiosco entre las nubes,
un extraño país con calabazas,
con altos cuellos de ocas investigando lluvias.

Puesto que no verán este fanal del mundo, de los hombres,
de las tallas auténticas,
de la lana abrigándonos las carnes del invierno,
del mar impenetrable penetrando
en un ritmo de ojos y palomas.
No sentirán ciprés, abeja , río,
no sentirán amor tendido como un tierno animal
buscándose en los dedos,
ni una impalpable vida funcionando en los latidos mínimos.

Uno quisiera incluso que supieran,
que se fueran con vientos por el mapa
como nos fuimos todos los raros mensajeros
del aire y de las cosas.

Pero siguen allí, fundalmente, tristes,
cumpliendo sus deberes,
oxidando sus caras poco a poco,
con acalambramiento amargo entre los dedos,
sin saber por qué son, sin comprender tampoco
que inevitablemente terminarán nutridos de materia.
Duros. Solos.



Mario Jorge de Lellis, extraido del libro: CANTOS HUMANOS, Colección "Ventana de Buenos Aires", Bs. As., 1956.

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Poesía del Mondongo

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