Un arte
El arte de perder no es difícil de dominar;
tantas cosas parecen henchidas con el intento
de perderse que su pérdida no es ningún desastre.
Pierde algo cada día. Acepta la confusión
por las llaves perdidas, la hora en blanco.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Luego practica perder más, perder más rápido:
lugares y nombres, las partes a las que querías
viajar. Nada de esto traerá un desastre.
Perdí el reloj de mi madre. Y mira, mi última o
penúltima de mis tres casas se ha ido.
El arte de perder no es difícil de dominar.
Perdí dos bellas ciudades. Y algunos
vastos reinos que eran míos, dos ríos, un continente.
Los añoro, pero no fue un desastre.
—Incluso perderte a ti (la voz burlona, un gesto
que adoro) no habré mentido. Es evidente:
el arte de perder no es muy difícil de dominar
aunque pueda parecer así (escríbelo) un desastre.
Traducción: Gabriela Cantú Westendarp
Invitación a miss Marianne Moore
Desde Brooklyn, sobre el puente de Brooklyn, en esta hermosa mañana,
ven, por favor, volando.
En una nube ardiente de sustancias químicas,
ven, por favor, volando,
por el súbito redoble de mil pequeños tambores azules
cayendo del cielo aborregado
sobre la resplandeciente gradería de agua del puerto,
ven, por favor, volando.
Silbatos, banderines y humo al viento. Los barcos
lanzan señales cordiales ondeando mil banderas,
ascendiendo y cayendo como aves a lo largo del puerto.
Entran en escena: dos ríos que portan con gracia
innumerables pequeñas y diáfanas medusas
sobre bases de cristal tallado arrastradas por cadenas de plata.
El vuelo es seguro; el buen tiempo garantizado.
Las olas llegan en versos esta hermosa mañana,
ven, por favor, volando.
Ven con la punta de cada uno de tus zapatos negros
arrastrando un reflejo de zafiro,
con una negra capa de mariposas y bon-mots,
y solo Dios sabe cuántos ángeles todos encima
de la ancha ala negra de tu sombrero,
ven, por favor, volando.
Portando un inaudible ábaco musical,
un delicado ceño crítico y cintas azules,
ven, por favor, volando.
Hechos y rascacielos centellean en la marea; Manhattan
está inundada de moralejas esta hermosa mañana, así que
ven, por favor, volando.
Escalando los cielos con natural heroísmo,
por encima de los accidentes, por encima de las películas malignas;
de los taxis y de las injusticias en general,
mientras resuenan las trompetas en tus bellos oídos
que simultáneamente escuchan
una leve música no inventada, apropiada para el ciervo almizclero,
ven, por favor, volando.
Ante quien los sombríos museos se comporten
como los corteses pájaros satinados,
ante quien los afables leones echados esperan
en la escalinata de la Biblioteca Pública,
deseosos de alzarse y traspasar cada puerta
hasta las salas de lectura,
ven, por favor, volando.
Podemos sentarnos y llorar; podemos ir de compras,
o jugar todo el tiempo a equivocarnos
con un valioso cúmulo de vocabularios,
o podemos lamentarnos con coraje, pero ven, ven,
por favor, volando.
Con dinastías de construcciones negativas
que se oscurecen y mueren a tu alrededor,
con la ortografía que de pronto gira y brilla
como bandadas de andarríos en el cielo,
ven, por favor, volando.
Ven como una luz blanca en el cielo aborregado,
ven como un cometa diurno
con un enorme caudal de vocablos cristalinos,
desde Brooklyn, sobre el puente de Brooklyn, esta hermosa
mañana
ven, por favor, volando.
Traducción: Jeannette Clariond
Elizabeth Bishop
Nació en Worcester, Massachusetts, en 1911 - Falleció en Boston, en 1979.
Fue una poeta estadounidense, obtuvo el Premio Pulitzer de poesía en 1956.
Fotografía: Alice Helen Methfessel
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