miércoles, 27 de abril de 2011

Juan José Millás




La velocidad del sonido
“cuento breve”


Si te asomas a la ventana y gritas un hola, ese hola viaja por el aire a 340 metros por segundo y llega a Nueva York antes que un Jumbo. La particularidad del Concorde es que iba a mayor velocidad que el sonido. Volaba más deprisa que el hola, sólo que con 100 personas dentro. Y cuando el avión rompía la barrera del sonido, se oía en la cabina de pasajeros un portazo, como si el avión hubiera entrado en otra dimensión. Y así era. Ir más deprisa que las palabras tiene su mérito. Además, si partías de París a las diez, llegabas a Nueva York a las siete o las ocho del mismo día, es decir, dos o tres horas antes de haber salido. Esto es lo más parecido a una experiencia extracorpórea. Poca gente tiene en vida una oportunidad semejante de permanecer fuera de sí mismo.
El otro día se cayó un Concorde y todos nos quedamos perplejos, como si se nos hubiera caído la cometa de colores de la infancia. O como si hubera caído a nuestros pies un hola lanzado a la velocidad del sonido. Lo cierto es que es cada día se caen infinidad de holas y de adioses, pero no salen en el telediario porque no los vemos estrellarse contra el suelo. En la dimensión del sonido también hay, pues, problemas mecánicos, aunque no se nos hubiera caído ningún Concorde hasta el momento. Llegar a Nueva York antes de haber salido de París tiene sus ventajas, pero tiene también sus riesgos. Hasta ahora sólo le habíamos visto las ventajas.
Uno se pregunta por qué, si el sonido viaja a la velocidad del sonido, como es lógico, la gente no se entiende mejor. A veces, pides algo a la persona que tienes al lado y no te lo da sino muchos años más tarde, cuando los viajeros del Concorde han ido y venido mil veces de París a Nueva York y vuelta. Es más fácil que te traigan un frasco de melatonina de Nueva York que una caja de aspirinas del cuarto de baño. Las aspirinas tienes que ir a buscarlas tú y a veces te da un infarto en el pasillo. Al Concorde le dio un infarto en el pasillo aéreo, pero fue una excepción.
Se caen más las palabras que los aviones, sobre todo cuando las palabras transportan juramentos o promesas de amor.



Juan José Millás
Valencia, 1946 Escritor español.

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Poesía del Mondongo

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