domingo, 19 de enero de 2020

Fernando Delgado



El Futuro de Ayer


“Se aferraron uno al otro sin mostrar su identidad, se complacían con el solo hecho de hacerlo juntos. Inquietantes para el resto de la gente, que aún vivía bajo los efectos de un pasado que recién empezaba a mostrar sus máscaras.” 



Entre la Av. Belgrano y la calle Moreno se situaba la gran casona "así la llamaban los vecinos" con cierta intriga y desprecio por sus habitantes. Defensa al 500, Capital Federal.
Amalia no era su verdadero nombre, ella lo adoptó al conectarse con Ulises.
Con el tiempo descubrió que mucho antes, también él se llamara de otra forma.
Ninguno de los dos quiso preguntarse  por el pasado del otro. Ambos intuían que nadie quedó sin averías al año 1976 y que a su vez sin salida, había un camino el cual no dejarían de transitar.
El decidió compartir esta especie de locura de "todos encerrados" sin ninguna otra posibilidad de escape. Ella no dejaba de buscar cualquier cosa que perteneciera a esa época del `76, coleccionaba radios en las cuales decía escuchar el eco de las voces que fueron cómplices.
Su única meta era compartir esta pasión. Entre medio de tanto espanto las calles se habían transformado en algo peor que el miedo a conocer el futuro, sólo ellos dos sabían que el pasado se estaba librando aquí y ahora.
En todas partes, al igual que Amalia escuchaba el eco de voces lejanas, estaban las huellas del tiempo, en los rostros, en la ausencia de mariposas, en la preocupación de la que nos hicieron ocupar, en las casas despintadas.
Mientras Ulises pintaba en la vieja casona, ventanas sobre las paredes y decía que una mañana al despertar las iba a ver abiertas de par en par, ella anotaba el nombre a quien pertenecía cada color de voz que iba reconociendo, locutores, periodistas, artistas y entrevistados.
Tanta intriga como tanto desconocimiento era temeroso para los vecinos, un alto paredón, y una ventana tapiada con ladrillos, y el único indicio que la casa estaba vacía era cuando advertían un fuerte candado uniendo las dos puntas de una cadena oxidada.
Salían todas las tardes a caminar, siempre con los rostros pintados de muchos colores.
La gente los miraba como quien se mirara en un espejo equivocado, diciendo ese no soy yo. Nada les importaba de su alrededor, más que verse juntos. Tenían pocos amigos que de vez en cuando golpeaban tres veces la puerta y esto parecía ser la contraseña de fuera de peligro.

Una mañana de fuerte tormenta, despertó a Ulises que sobresaltado de su sueño más profundo, escuchó el ruido que venía desde la planta baja, eran ruidos, golpes contra la pared, se sentó sin hacer el menor ruido para no despertar a Amalia, bajó muy cauteloso las escaleras y observó que las ventanas que él había pintado eran las que golpeaban. Quedo sin respiración por breve tiempo, sabía que nadie, salvo Amalia lo iba a entender, entonces comprendió que los ecos que se escuchaban en la radio de su compañera, eran tan cierto como la ventana abierta.
En ese mismo momento corrió hasta la ventana y descubrió que una pluma haciendo excavaciones para la construcción de un edificio lindero, había errado el golpe, pero eso, ya no importaba demasiado, la ventana se había abierto en el mismo lugar que él la había pintado.
Subió las escaleras de a dos escalones por vez hasta llegar a Amalia y decirle que encienda la radio, que no era el eco lo que ella escuchaba, sino que eran las mismas voces de antes las que se siguen escuchando.




13 de Diciembre de 2003


Fernando Delgado
Nació en Wilde, Buenos Aires (1954)



Poeta y letrista.


Fotografía: Elizabeth Vitullo

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Poesía del Mondongo

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