miércoles, 23 de octubre de 2019

Nicolás Olivari




LA DACTILÓGRAFA TUBERCULOSA


Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
-rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...

Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...

Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!

Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,

¡qué dolor profundo!

Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir...

Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...)




EN ÓMNIBUS DE DOBLE PISO, VOY EN TU BUSCA


Frente al surco de nubes en el campo
del cielo triste de la gran ciudad,
la mortecina luz de mis ojos paso
desde el heroico techo de la imperial.
 
Desusada viñeta de la melancolía,
el paisaje lacio pende de los hilos
 
como un periódico ilustrado. Amada mía
aquellos versos, ¿recuerdas?, dilos
con tu voz recogida, tan blanca y tan fría...
 
Te busca mi mirada de piloto errabundo
desde el heroico techo de la imperial.
 
¿Dónde estarás ahora? ¿En qué lejano mundo
nuestras pequeñas almas unidas volarán?...
¿Almas?... la tuya era... ¡ah! enfermiza coqueta,
la mía era... ¡ah! pobre pantomima de poeta
encaramado en el techo de la imperial.
 
¡Oh! la cara ojerosa de esa casa vieja, y verde
por la tímida hiedra como una verde lepra,
cariátides de nariz rota que el frío muerde,
y mustio como el despertar un rosal trepa...

Todo desde el techo de la imperial
se ve; y a ti no te veo, y a ti no te hallo
y empero eres un producto de ciudad,
flor de trapo, y fue tu tallo
la cuerda donde saltabas en tu mocedad.

Pero no vengas, ¡oh, no!, ¡si vieras qué frío
hace en el destartalado techo de la imperial!,
si vieras las cabriolas de la luna sobre el río
no descenderías jamás...

Y, sin embargo, eres cual yo: «soñadora lunática»
carita de yeso pintada por la enfermedad,
yo te he desnudado, plateada y extática,
ante la luna enferma de la ciudad.

Pero no sabes, y tampoco sabes que voy de ti en pos,
eterno en tu búsqueda hacia la eternidad,
te encontraré un día cuando tu cavernosa tos
como un pájaro aciago su círculo haga,
como un pájaro aciago su círculo haga,
-con algo del rito de una vieja maga,
sobre el destartalado techo de la imperial.



Nicolás Olivari
De "La musa de la mala pata" - Editorial Deucalión (1956)

(1900-1966) Buenos Aires. Desde muy joven colabora en "Crítica", "El Pregón", "Noticias Gráficas", "Reconquista", "La Época", "El Laborista", "Democracia", como crítico teatral y a veces como jefe de redacción.

Como dramaturgo escribió: "Un Auxilio en la 34", "Nuevo", "Amargo Exilio", "Tedio", "Irse", "La pierna de plomo", "Cumbres Borrascosas", "El regreso de Ulises", "Dan tres vueltas y luego se van", y con Roberto Valenti escribió para la radio "Hormiga Negra" y "El Morocho del Abasto", ésta última llevada al cine posteriormente.


Publicó libros dedicados a la poesía, tales como "La Amada Infiel", libro de versos aparecido en 1924, "La Musa de la mala pata", "El gato escaldado", "Diez poemas sin poesías", "Los poemas rezagados" y "Pas de quatre".

Información extraída: www.buscabiografias.com/biografia/verDetalle/7819/Nicolas%20Olivari

Imagen extraída: www.editorialutopias.com/nicolas-olivari/


jueves, 3 de octubre de 2019

Chantal Maillard





EL PEZ


Volver a las palabras.
Creer en ellas. Poco. Sólo
un poco. Lo bastante
como para salir a flote y coger aire
y asi poder aguantar, luego,
en el fondo.

Volver a las palabras. Con
voluntad de sentido.
Boqueando. Pez en la orilla
común de los creyentes.

Volver. Decir superficie. Escribirla.

No, lector, no deslices
tan rápido tus ojos por la página,
nada te obliga a terminar
de leer este texto. Puedes
dejarlo. Muchos lo habrán hecho
antes de haber llegado a estas líneas.
He dicho superficie. Vuelve atrás.
Detente. Piénsalo. Piénsatelo. He
escrito la palabra palabra y
estoy tratando de decirte algo
que no acierta a decirse. Entonces
digo impotencia. Tú sabes lo que es
la impotencia, a buen seguro
alguna vez la habrás sentido. Ahora
te pido que despojes la impotencia
de la palabra que la nombra
y te quedes sintiéndola tan sólo.
¿Lo consigues?
Tal vez no sea para ti,
ahora, tiempo de impotencia.

Se deslizan tus ojos por
los caracteres impresos y sientes
cierto placer en esta redundancia
de lo escrito. Los óvalos te tientan.
Aproxímate, lector, mira por
ese pequeño orificio. Adéntrate.
Hay abismo –¿abismo?– hay vértigo.

Repite, entonces, conmigo Infinito.
Di Infinito. Repítelo. No dejes
de decirlo, hasta que pierda
sentido la palabra infinito y
te encuentres en el vértigo,
desprovisto de pértiga.

Entonces di Infinito. Pronúncialo.
Pronúncialo de nuevo,
despacio, con voluntad de sentido.
Como al principio del mundo o
del poema.
Para volver. En superficie
por un tiempo.
Para hacer el tiempo

brevemente.


Chantal Maillard
Bélgica – España 1951. Poeta y pensadora.



En: Hilos - Ed. Tusquets – 2007


Obra: Katsushika Hokusai: peces y hojas rojas (Fue un Pintor y grabador japonés)

Poesía del Mondongo

A todos, gracias por compartir este espacio

Email: fernando1954@gmail.com