Día Internacional de la Mujer:
La Rama Inquebrantable –elegía-
Dame la sombra de tu mano,
bajáme una estrella,
un estribo
donde poder hacer pie
y descansar por unos años
mi cuerpo.
Dame la sombra de tu mano,
guardate la tristeza
ya llevo la mía, no ves?
en mis ojos
donde tengo un dolor
de hace mucho, lo sé.
Dame la sombra de tu mano,
la flor que cuelga
de tu rama inquebrantable
por donde pasa la luz
y gotea la lluvia
y se vuelca el viento
y se queda la primavera.
Siempre, abajo
pasa el camino, siempre
abajo, muy abajo, vivimos nosotros.
Dónde estabas ese día
en que algo tuyo se moría en el alma?
dónde pusiste tus ojos?
desde entonces falta una luz
en nuestras casas de cinc
y sobra un lugar en nuestras mesas
de hule
pero ellos no han conseguido
matarte aún en el recuerdo
y cada tanto vuelven a buscarte
en nuestros corazones
escarbando con sus sables
y al no encontrarte
gritan y se muerden.
Dame la sombra de tu mano,
poneme un canto allí
donde el canto del mirlo
agotó la mañana,
mis mañanas?
cardos mis manos
donde dejás
las mariposas de tu pelo,
árboles tendido
el bosque todo.
Dame la sombra de tu mano,
soltá tus pétalos
sobre la tierra plateada
allí donde ellos
se cansan de buscarte
dame tu mano en flor
prendida a mi camisa
subí hasta mi espalda
quedate ahí.
Nos falta un fuego,
una pala
para ese fuego,
nos está faltando todo
desde que no hay justicia;
creo que fue un invierno
en que nuestros hijos
salieron de casa
y no los hemos vuelto a ver;
desde entonces los buscamos
en tu jardín.
Dame la flor de tu mano,
la sombra buena,
que no me pregunten
tu nombre.
Carlos Kuraiem
Del libro Carlos Kuraiem: obra literaria y poética.
Es poeta, escritor y músico.
Los libros somos nosotros.
Kuraiem
¿De dónde nace esta voz? De qué rayo llega la fuerza inspiradora de los versos en rama que ofrenda el Poeta, hasta quedar despojado de todo resguardo, en un canto elegíaco que agita hasta trocarlo en plegaria. Cada racimo se extiende en una súplica ansiosa trepando las soledades. Avanza, incontenible, con su luz el poema, volviéndose amparo contra el dolor que nos acosa de este lado de la muerte, como si a su puño acudiera la sangre de todos los poetas y en su sufrimiento se concentraran los pesares de la humanidad. “La poesía es inherente a Carlos Kuraiem, y tan ineludible como la realidad misma. Como charla o silencio de amigos eso que nunca muere, ni aún después de nosotros”.
Si una sola palabra puede provocar el milagro o el caos, su potencialidad es infinita e inapresable cuando se ramifica en versos que llegan desnudos de toda referencialidad y sacude con los enigmas a los que el autor – jugador habilidoso y esquivo- recurre para desafiar, desde expresiones simples y cotidianas, a correr el velo de su misteriosa lírica. De ella manan las voces de antiguos sabios y filósofos, el compromiso social y político de Hernández, la bohemia y el desaliento de Rilke, el humanismo de Whitman y de tantos otros clásicos que por su insaciable avidez de lector nutrieron su original capacidad de trasgredir el lenguaje y penetrar las armaduras de la indiferencia.
No es azarosa la expresión de quien calificara a “La Rama Inquebrantable” como un poema para toda una era, y que su nombre, que no se dice, está escrito en las líneas de la vida. Kuraiem percibe, descifra el misterio, nos enseña a escuchar y a interpretar sus enunciados guiando con delicadeza al espíritu en la búsqueda del mensaje que nos liga, tanto en las ilusiones como en las carencias, proclamando en su ruego la necesidad del consuelo ante el desamor o la injusticia, la irremediable ausencia, la impotencia ante lo inexorable
Esto sucede con La Rama Inquebrantable: a quien roza, transforma, lo involucra, lo hace parte. Lo toma desde la raíz para elevarlo a otras dimensiones donde para ver, a veces es preciso cerrar los ojos, desde una polisemia que abre de gajos los tópicos a tal altura, que se hace inalcanzable abarcarla en toda su amplitud para el análisis, libre de todo encasillamiento. Inquebrantable por fidelidad a su esencia poética, ella puede sostener a quien la requiera, extender la fronda de su mano maternal para aliviar la congoja de la víctima o de un ramalazo azotar al verdugo.
En distintos soportes y escenarios esta obra se vale por sí misma para transmitir la universalidad de las banderas que despliega, con absoluta independencia de geografías y calendarios (idiosincrasias). Es ella quien busca y encuentra a sus destinatarios otorgando sus dones a quien la reconoce. Llega a los corazones puros sin discriminar edad o nivel de instrucción.
Bajo el follaje de sus versos una mujer de la comunidad Com Caiá, del Campo San José, propone el trueque de aprender “al menos unas pocas letras”, las necesarias para no morirse sin saber escribir su nombre, y nos enseña a pronunciar en mocoví que todos somos gajos de esta misma rama, renovada savia en cada idioma que atraviesa. Mientras otra mujer vibra con este poema de amor que la invita a salir otra vez a la calle para que alguien le cuente los nombres de los árboles que según ella nunca aprendió, o quizás olvidó; decidida a ganarse de memoria cada verso, La rama inquebrantable, una hoja abierta sobre su almohada, baja el estribo para que ella descanse su cuerpo confirmando que este poema sin rebusques anima y alivia.
En su tronco hay vestigios de luchas obreras y campesinas, se delatan abandonos, postergaciones, abusos. Anónimas manos tienden desde la publicación modesta de una fotocopia la sombra de otras que rubrican identidades en la lectura serena, íntima y una primavera de rostros rescatados del olvido, florecen al ser evocados en la meditación profunda, o en las manifestaciones populares donde la poesía presenta batalla porque en ella se encuentra: “la mujer antigua y moderna, hija y madre, bella y oscura, jamás olvidada en los ojos de aquel que ama la palabra y la difunde”.
El poema es una metáfora que alude a la historia universal de la mujer, desde la mirada masculina ubicando humildemente en su regazo las mismas debilidades, reivindicando –sin alardes, sensiblerías o golpes bajos- la igualdad de género.
No es raro que en una acción concertada este poema escrito en 1984, en un ejercicio de escritura automática, según cuenta su autor, se multiplicara en hojas volantes para ser compartido en Actos y Plazas del país el 8 de marzo con consignas alusivas al Día Internacional de la Mujer, que programas de radios de distintos países reprodujeran el audio en la voz de su autor y que los organizadores del Festival Internacional Grito de Mujer, convocaran a Kuraiem a leerlo en el El Casal de Catalunya, en Buenos aires.
Es Ella, es La Rama Inquebrantable, “liviana, alada, sagrada”, quien sale abriéndose generosa para crear una atmósfera que envuelve a todos, como si el bálsamo de su esencia cubriera el auditorio, y un encantamiento o un hechizo bajara desde algún lugar para enraizarnos, cautivarnos hasta que escuchemos su elegía. Hasta que ese canto doloroso nos duela.
¿De dónde nace esta voz? De dónde la fuerza para ofrecerse tan pródiga en flores que no agotan su néctar? Desconociendo toda avaricia, el Poeta entrega frutos que perduran en el tiempo aunque sirvan sus versos en manteles negros. La “Rama inquebrantable”, tiene una fuerza misteriosa. Raíces hacia adentro nos guarda, gajos hacia arriba nos expande. La voz del poema tiene la fuerza del rayo: ilumina y quema.
Nota: Prof. Marta Goddio
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