viernes, 7 de diciembre de 2012

Enrique Santos Discépolo


Mordisquito  ¡a mi no me la vas a contar!

Segundo Ciclo


I

¿Vos te creés que yo tenía la menor sospecha de que iba
a reanudar estas audiciones? ¡No! Si te lo dije todo.
Treinta y siete noches te hablé, treinta y siete noches en
que te lo dije todo y vos no entendiste nada. Mejor dicho,
no es que no me entendiste. No quisiste entender,
que eso es peor. Pero te hablé treinta y siete noches y
creo que ésa fue la embarrada. Yo debía haberte hablado
treinta y siete días, siempre de día. La almohada, es un
elemento muy valioso en la vida de la gente, pero la
almohada sola, entendés, sin la noche. La almohada y
la noche juntas son un peligro tremendo para la gente
que como vos acuña desesperanzada la idea de una rehabilitación
que no puede llegarle, que no debe llegarle porque
sería la desgracia de todos.
¿Entendés? Porque la noche es terrible. Porque a muchos
como vos les da una idea deforme de la realidad y
porque el insomnio tiene la virtud de transformar en
razonables las cosas más injustas. Lo tuyo, por ejemplo.
¡Que querés volver! Lo tuyo, que es monstruoso porque
es historia y está escrito en la memoria, en los papeles,
en las cárceles, en los muertos y en los vivos que están
muertos. Sos el pasado, el pasado más cruel que haya vivido
nación alguna. Porque ningún país nació a la vida
con tantas posibilidades para ser dichoso como este tuyo
y ninguno padeció tanta injusticia y tanta barbaridad
como este tuyo y por tu culpa. Sos el pasado que quiere
volver por amor propio, sólo por amor propio. Idea mezquina
la tuya en esta hora de las grandes decisiones, tan
mezquina la idea que de tanto andarte a pie por la cabeza
ella misma se te ha detenido avergonzada en las sienes
y te late como si tuvieras un kilo en cada una.
¿Y sabés por qué? Porque tu idea y yo sabemos que
no debés volver. Y vos también, en el fondo de tu alma,
aunque lo escondas, sabés también que no debés volver.
Por decoro. Por recuerdo. Por historia. Sos la imagen del
retroceso, de la injusticia, del hambre, del entreguismo.
Y el pueblo lo sabe, como lo sabés vos. El pueblo lo sabe,
porque lo padeció, que venís de viejos partidos que nunca
hicieron nada en beneficio del pueblo que es la patria y
que si alguno de los tuyos, alguna vez, intentó portarse
bien, se cansó en seguida. Fue solamente algún abuelo
que se murió hace mucho. El pueblo sabe que vos sos
nieto, que todos ustedes son nietos, que ninguno de ustedes
hizo nada más que ser nieto, nieto de la plata, nieto
de las ideas. Que desde la muerte de ellos, hasta la llegada
de este gobierno, hubo un vacío de dignidad y esfuerzo
que vos pudiste llenar y como un criminal no cumpliste
ninguna de las veces que se te dio el gobierno.
Porque vos no sos una esperanza, ni una incógnita.
¡Vos gobernaste! ¡No una vez, sino varias veces… y mal!
¡Gobernaste mal! Infamemente. Y el pueblo sabe eso,
como sabe todo. Reconocé entonces que es mal negocio
para un pueblo tu vuelta al poder si para respetarte un
poco ese pueblo tiene que pensar en tu abuelo.
Mal negocio para un pueblo como éste que está frente
a un gobierno de asombro que le ha dado lo que ni Dios
ni la madre le dieron en mil años. De un gobierno que
ha puesto en marcha a la patria hacia un destino que
nadie, nada más que él solo, puede conducir por una razón
sencilla: porque este gobierno, en vez de seguir lo
clásico que era tan cómodo, se metió en el tembladeral
de las revisiones alcanzando a cada uno la proporción
de dicha que le corresponde, revolución gloriosa que se
alcanzó con el esfuerzo de unos cuantos para felicidad
de todos, tan afortunada como revolución que vos, para
darle alguna posibilidad a tu propaganda, tenés que ofrecer
en tus discursos migajas de esa doctrina triunfante.
No creas que no te oí; bien claro que lo dijiste en una
proclamación: «Y podemos asegurar a los obreros que
si llegamos al poder las conquistas obtenidas no se perderán
». ¿Obtenidas por quién? Por este gobierno. ¿Y si
las obtuvo este gobierno, por qué te van a votar a vos?
Has perdido hasta la sensación del ridículo. Mirá:
este gobierno es tan perfecto que, por lograrlo todo, hasta
nació de un carozo: no arrastra taras, no arrastra pasado,
sólo tiene un presente indiscutible y un porvenir que da
envidia.
Sí, Mordisquito. Vos sabés que no debés volver.
Como sabés también que en el cuarto oscuro tus candidatos
y vos lo van a votar a este gobierno. Sí, calláte. Yo
sé lo que te digo. Si esto no fuera tan serio, si se pudiera
hacer la broma, me gustaría que los peronistas todos te
votáramos para verte disparar al extranjero horrorizado
del triunfo, espantado de no saber qué hacer con un país
cuyo destino no entendiste nunca y cuyo bienestar te repugna.
Hasta mañana, Mordisquito. Vengo por pocos
días porque me has hecho volver, pero es la hora de las
definiciones y yo tengo la obligación de decirte por qué
no te prefiero ni yo, ni este pueblo. Tengo cincuenta años
y una memoria de fierro. Y en esas condiciones, ¡no me
la vas a contar, Mordisquito!




Enrique Santos Discépolo
De "Programa radial Mordisquito" decadas 1940/50

Nació en el Barrio porteño de Balvanera el 27 de marzo de 1901 y falleció el 23 de diciembre de 1951.

Audio extraído: http://www.youtube.com/watch?v=3Nn2XXUvLgs&feature=related

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Poesía del Mondongo

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