lunes, 3 de noviembre de 2014

Czeslaw Milosz




Ars poética


Siempre he aspirado a una forma mucho más amplia
que, libre de las aspiraciones de la poesía y la prosa,
nos dejase entendernos sin exponer
a lector y autor a sublimes agonías.
En la esencia misma de la poesía hay algo indecente:
expresamos cosas que ignorábamos tener en nosotros.
De modo que parpadeamos como si hubiera
saltado un tigre
y estuviese en la luz moviendo la cola.
Por eso dicen justamente que un demonio dicta la poesía,
aunque es exagerado sostener que se trata de un ángel.
Es arduo adivinar de dónde viene el orgullo de los
poetas
cuando tan a menudo quedan avergonzados
por la revelación de su fragilidad.
¿Qué persona razonable sería una ciudad de demonios
que se portan a sus anchas, hablan en muchas lenguas
y, no satisfechos con robarle sus labios y sus manos,
trabajan en cambiarle el destino para su convivencia
infernal?
Es cierto que hoy se aprecia mucho lo mórbido;
por tanto acaso pienses que sólo estoy bromeando
o simplemente has encontrado otros medios
de alabar el arte sin ayuda de la ironía.
Hubo un tiempo en que sólo los libros sabios eran leídos
y nos ayudaban a soportar nuestro dolor y sufrimiento.
Esto, después de todo, no es lo mismo
que hojear cientos de obras recién salidas de clínicas
psiquiátricas.
Y sin embargo es diferente de lo que parece
y nosotros somos distintos de cómo nos vemos
en nuestros delirios.
Por tanto las personas preservan su identidad silenciosa
y ganan el respeto de sus parientes y vecinos.
El propósito de la poesía es recordarnos
qué difícil es seguir siendo una sola persona,
ya que está abierta nuestra casa, no tiene llaves
y huéspedes invisibles entran y salen a su antojo.
De acuerdo, no es poesía lo que ahora digo:
los poemas deben escribirse rara vez y de mala gana,
bajo penas intolerables y sólo con la esperanza
de que los buenos espíritus, no los malos, nos elijan
como instrumento.




Czeslaw Milosz
Lituania (1911 – 2004)

Traducción de José Emilio Pacheco

 Abogado, poeta, traductor y escritor, Premio Nobel de Literatura en 1980. La obra literaria de Czeslaw Milosz se extiende al ámbito del ensayo y la novela, pero es sobre todo la poesía el género en el que destaca su genio y con el que ejerce una influencia mayor en la literatura polaca, al tiempo que expresa para el mundo su vivencia del duro y contradictorio período que le ha tocado vivir. Durante el período de residencia en París escribió y publicó dos entregas poéticas: “ Luz del día” (1953) y  “El rey Popiel y otros poemas” (1962), que tendrían continuación en su período norteamericano con “Pepito encantado” (1964), “Ciudad sin nombre” (1969), “Donde el sol sale y se oculta” (1974), “Himno sobre la perla” (1983), “Crónicas” (1987), “Poemas”  (1987) y “Regiones lejanas” (1991).

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