martes, 25 de diciembre de 2012

Guillermo Ibáñez












Después


Deshabitó la casa de fotos,
dijo adiós a su despedida.

Caminó otra vez sin rumbo
sin creer más en el amor.

Sintió que con ella se había ido
algo profundo de su cuerpo.

Pensó algún tiempo,
descubrió que pasaba.

Puso la vida en sus manos,
quedó su corazón en las de ella.

Un día dijo fin a ese final
reconstruyó su sombra.




* * *


“La soledad la borra y entristece
pero el recuerdo a veces la mejora…”
”Dama desierta”. C. Mastronardi



En mañanas sin labor ni horarios
cuando no ha ido a ningún lado

nadie ha llegado hasta su casa
ni un llamado devuelve la sonrisa.

En días que no puede engañarse,
con prisas, discusiones o regaños,

y duerme, camina o come sola;
ese tiempo transcurre de otro modo.

En tardes, detrás de los anteojos,
el sol brilla en el césped y en la fronda,

en un lado de las hojas y en el viento,
se mira y no puede escapar al figurarse.

Esas noches, huye de sus pasos,
nadie sobre su mano la frente inclina.

En esos desiertos de horas calmas,
después del mediodía, sobrevienen

largas horas, tardes infinitas, en las
que el olvido le devuelve la memoria.






Guillermo Ibáñez
De "Libro del amor y del olvido" - 2007 Ediciones El Laberinto

Nació en Rosario en 1949. Ha publicado una veintena de libros de poesía y narrativa y dirigido varias revistas literarias, entre las que por su trascendencia, cabe destacar “Runa” en los 60’y 70’ y “Poesía de Rosario”, que aparece desde los 90’.

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Poesía del Mondongo

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