jueves, 3 de marzo de 2011

Marina Mariasch




Cuando todos estaban en el cine nosotros dos
pelábamos papas en equipo. Pedacitos de cáscara
rompían el silencio, caían de a uno
como gotas de una canilla mal cerrada:
el frío se acomodaba entre nosotros, algo para compartir.
Brillaba en un balde de agua limpia.
Y caían de nuevo. Como salpicaduras agradables
en un día de calor
mojaban el trabajo de cada uno
nos hacían recobrar los sentidos.
Así, mientras las luces se apagaban y se encendía
la película, y unos se acomodaban en la silla y otros
pelaban caramelos o hacían shhhhh
nosotros pelábamos papas, nos hacíamos chistes
con cuchillos filosos en las manos, muy cerca
uno del otro, nunca tan cerca
en todo el resto de nuestras vidas.




El corazón de las rocas, el verano

De las conversaciones en una sola
lengua quedó una roca, el caracol seco
en el patio, donde tu hermana pedalea
la furia de las decisiones. El calor volvió
con toda la furia. Ustedes corrieron
a oler las flores y con tu certeza --
“Son jazmines”-- se evaporó
la magia de las feromonas.
Por el pasillo que va de la
incertidumbre a la necesidad
pasé haciendo bailar el camisón
para los vecinos y algo negro,
desde el fondo de tu habitación,
me recordó la mecánica del
aquí: No dormías. Lo negro
del ojo brillaba de más, como los ojos
de los animales nocturnos.
Te pregunté en qué pensabas.
“En las vacaciones. En las chicas
que jugaban al goofy en la pileta.”
Una vez, atrapado por la
retórica, un hombre
me regaló una joya: un collar
de cristal de roca, una piedra atada
al cuello con mi nombre. En las vacaciones,
en la zona húmeda donde la espuma
viene y se va, la arena
formaba pocitos donde nos hundíamos,
y en esos pozos mínimos que hacían
los bichos de mar formando
constelaciones que jamás llegábamos
a descifrar, perseguíamos
nuestras ilusiones, la felicidad hecha
berberecho. Entre las rocas, con anteojos
negros y bikinis negras, las mamás
completamente manipuladas
por el viento de la orilla
hacíamos esfuerzos por hablar
de todo lo bueno y ustedes
iban, venían y cortaban
la negrura con sus rastrillos verdes,
los baldes rojos. Casi nevaba
con esas gotas, con una mano
mapeaba la superficie
del agua. Pensaba
en esa misma escena
en el verano siguiente, sólo
una libreta y un libro en la lengua
de lo que nunca hicimos.
Las gotas que salpicaban eran
casi nieve de tan frías. Las mamás
nos esforzábamos, o no tanto:
Lo bueno parecía estar en algún lado, cerca
en esos baldes, el rojo y el amarillo, llenos
de berberechos después de un rato.
Los dejamos ir, los soltamos, a la vera
de la correntada, a que siguieran hurgando con
su lengua los túneles de sus refugios, de sus
huidas. Por un rato, una de nosotras
lo posó en el brazo dorado que da
pan y trigo, miel y leche, y sintió
su lengua única, blanca
quitarle la sal a las espigas de su brazo
nutritivo, y se lo mostró a todos
para que no tuvieran miedo y lo devolvió
a la marea. Me imaginé la misma escena
en el verano siguiente, con la marea
más alta, el mapa de las palabras
cristalizado, el agua tapándonos
las rodillas. Mi niño-bañero izando
la bandera a media asta y recitando
la tabla del peligro como un
limerick, o una verdad científica
sobre el corazón de las cosas.




Marina Mariasch
Nació en 1973, es poeta y editora de la pionera Editorial Siesta.Publicó los libros de poemas Coming attractions, XXX y Tigre y león. Además ha participado en diferentes antologías, como En Celo y Buenos Aires/Escala 1:1. Acaba de presentar su nuevo libro, El zig zag de las instituciones (Vox).

1 comentario:

Fernanda Maciorowski dijo...

me encanta la poesía de Marina. me parece original y fresca, me conmueve, me hace pensar, en fin, mueve algo en mí.

Poesía del Mondongo

A todos, gracias por compartir este espacio

Email: fernando1954@gmail.com